lunes, 16 de febrero de 2009

"Feminicidio"

Transcribo, sin más, la columna de Ignacio Camacho en ABC, 16-2-2009, subrayando los párrafos que me han parecido interesantes:

PARECE un caso claro de violencia de género, pero construido, o deconstruido, con los rasgos de la posmodernidad. El presunto crimen de Marta del Castillo -presunto hasta que aparezca el cuerpo, habeas corpus- apunta incómodos y antipáticos detalles que obligan a reflexionar sobre la perpetuación de ciertos modelos de conducta. Se trata de jóvenes urbanos acostumbrados a relacionarse a través de las redes sociales de internet; gente estrictamente contemporánea, perteneciente a esa generación que se supone más alejada de los conceptos atávicos de la posesión, la sumisión y el machismo, más permeable a la educación igualitaria. Y sin embargo, ya lo ven: la mató porque era suya; suya o de nadie. Igual que antes, que siempre. Desde luego igual que antes de que las leyes, la presión social, el discurso político, se llenaran de tópicos hembristas. Algo falla, y el fracaso apunta al marasmo educativo más que al esfuerzo legislativo.

Resulta difícil la autocrítica cuando se apuesta por la ingeniería social y lingüística -«ciudadanos y ciudadanas»- como panacea de la conducta individual. Muchos de los que han impulsado la presión legal contra los malos tratos aún encendían mecheros en los años setenta cuando Joan Baez cantaba «El preso número nueve», que no se arrepentía de haber matado a su mujer. Era una víctima de la sociedad, pobrecito; hoy le caerían treinta años con todos los agravantes. Las leyes se pueden cambiar deprisa, pero las mentalidades van bastante más despacio que las mayorías parlamentarias.

Marta del Castillo murió por saber decir no, por pensar que su vida era suya y podía manejarla. Podemos creer que falla el protocolo de búsqueda de desaparecidos, que los mecanismos de reacción son lentos o que las penas son leves, que hay algo ajeno en lo que depositar la impotencia o la culpa. Podemos creer que el agresor era un muchacho mentalmente desequilibrado o socialmente desintegrado, pero nos volveremos a engañar. Cuando un chaval de veinte años que ha crecido en una gran ciudad y sabe usar las nuevas tecnologías se considera dueño exclusivo de una chica de diecisiete no tenemos sólo un problema de leyes ni de seguridad, sino un desfase en la educación moral, sentimental y cívica. Y lo tenemos todos. Los que minimizan los malos tratos y la violencia de pareja -ah, el crimen pasional «de toda la vida»- y los que creen en las soluciones rápidas de la ingeniería legal. El problema está en la transmisión de valores, en la falta de responsabilidad familiar y en esa educación cuya sórdida realidad nadie quiere mirar en serio, ni menos reformar a fondo. Es más cómoda la retórica doctrinal y el falso nominalismo. Ahora se habla ya de «feminicidio»; la posmodernidad siempre encuentra antes soluciones para el lenguaje que para la conducta.

1 comentario:

  1. Más de lo mismo. Este crimen sólo se utilizará como una muestra más de lo malos que son los chicos y lo necesario que es curar esa agresividad de nacimiento con una buena dosis de auto-odio desde que son pequeños.

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