Hay un tema sobre el que las feministas mantienen un silencio sepulcral: la telebasura de género. Si observamos programas como Sálvame, el público que acude es mayoritariamente femenino, los periodistas, mujeres que hablan como verduleras (aunque siempre queda bien el toque de homosexual progre supuestamente distante de la mierda que se reparte en el estudio). Como demuestran los anunciantes, los espectadores de estos programas son mayoritariamente mujeres a las que se les venden cremas innecesarias y remedios para toda serie de males corporales que parece ser sólo sufren las mujeres. Se promocionan además otros programas y series que abundan en la estulticia y refuerzan una visión soez y vengativa de las relaciones humanas. Las noticias comentadas suelen ser de parejas que se maltratan mutuamente y en las que hijos e hijas se convierten en peones de sus batallas llenas de mierda. La mujer es vengativa, el hombre maltratador, aunque los papeles tienden a intercambiarse para mantener el interés de las historietas. Todo ello en un horario en el que los niños y niñas de nuestro país, muchas veces con la complacencia de las abuelas o cuidadoras de turno, interiorizan historias que “normalizarán” posteriormente en su comportamiento adulto.
A pesar de que de esta inmundicia es producida por y para mujeres, supuestos pilares de nuestra feminista sociedad actual, de vez en cuando aparecen estadísticas que señalan que “las mujeres leen más que los hombres” (resulta que lo que leen son novelas de ínfima calidad, periódicos gratuitos y revistas del corazón), “tienen más titulaciones universitarias que los varones” (en carreras de títulos que básicamente son expedidos); estadísticas que pretenden limpiar el embrutecimiento que estos programas televisivos cultivan en las mujeres.
Quizás no sea casual el silencio. Quizás las feministas saben que cuanto más embrutecidas estén las mujeres, más fácil será manipularlas con su demagogia de género. De hecho, una de las sacerdotisas del feminismo del rencor y baluarte de la telebasura, Karmele Merchante, aprovecha estos programas para introducir sus groseras y rancias píldoras de feminismo setentero.
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grande!
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