Hay un llamativo misterio en la remodelación del Gobierno en el que casi nadie se ha fijado, ocupados como estábamos en los grandes nombres de la primera fila de los cambios, Salgado, Chaves y Blanco. Y no lo digo por Gabilondo, seguramente la mejor apuesta de Zapatero en el nuevo Gobierno.
Lo digo por las dos salidas inexplicables de esta remodelación. Las de Soria y Molina. Inexplicables, porque el primero compartía plenamente los planteamientos de Zapatero, era uno de sus primeros admiradores y jamás se apartó un centímetro de las órdenes recibidas. Y porque el segundo, César Antonio Molina, es un hombre muy respetado en los ámbitos culturales y de los pocos que recibía aprobación tanto en la izquierda como en la derecha.
Lo que nos lleva a una hipótesis explicativa que habría que tener seriamente en consideración. La posibilidad de que Soria y Molina se hayan ido a la calle por hombres. Porque Zapatero tenía que cuadrar la cuota. Y es que, hechas las opciones que realmente quería hacer, bien porque había relevos imprescindibles como los de Solbes, Álvarez o Cabrera, o bien porque había que sacar a Chaves de Andalucía, la cuota quedaba hecha unos zorros, con siete mujeres y once hombres. Muy lejos del mágico nueve/nueve y totalmente indefendible para un político que ha hecho de la paridad del Gobierno uno de sus mensajes políticos estrella.
Creo que Trinidad Jiménez es una apuesta mejor que Bernat Soria, mientras que desconozco las posibilidades de González Sinde como gestora y líder política. Pero no es la valía de las que llegan lo que cuenta en estos dos cambios, sino las razones por las que han sido despedidos los que salen. Dada la frivolidad de Zapatero, mucho me temo que, en efecto, Soria y Molina hayan cometido el tremendo e imperdonable error de ser hombres.
(Leído hoy en ABC, Edurne Uriarte)
jueves, 9 de abril de 2009
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