Hace apenas cincuenta años vivíamos en una sociedad en la que estaba bien visto despreciar a la mujer, al extranjero, al homosexual, al “rojo”. En el que había leyes que trataban diferente al hombre y la mujer. En el que la libertad de expresión estaba limitada no sólo por la consideración de los conciudadanos, sino por el miedo a perder el empleo y a convertirte en apestado.
Ahora parece que, tras un par de décadas de libertad, de igualdad, de respeto al diferente hay quien quiere volver atrás, sólo que con los papeles cambiados. Volvemos a tener leyes que discriminan a hombres y mujeres, sólo que ahora lo hacen con ventaja de las féminas. Volvemos a correr el riesgo de perder el trabajo por expresar una opinión, pero sólo si quien se siente atacado son las feministas o los musulmanes. Volvemos a despreciar al diferente, sólo que ahora el diferente es un señor casado que va a misa los domingos.
Y no podemos tolerar que esto pase sin hacer nada. Yo reivindico mi derecho a decir que las mujeres y los hombres no son iguales, pero que sí deben tener exactamente los mismos derechos. Reivindico mi derecho a ser elegido para cualquier cargo, y a elegir a quien quiera, sin que nadie mire cuántos cromosomas X e Y tienen los candidatos. Reivindico mi derecho a pintar caricaturas de Mahoma, o de Jesucristo, sin que nadie ponga precio a mi cabeza, o me aconseje “por mi propio bien” que sea más moderado y que tenga en cuenta la sensibilidad de los energúmenos vociferantes.
(Leído en el blog liberal Diario de las estrellas).
lunes, 23 de marzo de 2009
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